martes, 11 de febrero de 2014

@SeptaNy : Doran X Mellario.

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La ciudad baja se había despertado hacía ya tiempo mientras que la ciudad alta permanecía levemente adormecida. Ella llevaba despierta un rato, pero no se había atrevido a ponerse en pie. 

Había regresado a su hogar hacía ya años, pero el ritmo de Dorne se había introducido en lo más profundo de su ser, ralentizando todos sus movimientos, frenando el flujo de sus pensamientos. Mellario era ahora mucho más tranquila que antaño. No había perdido su esencia, pero había aprendido mucho.

Cuando consideró que estaba lista para afrontar un nuevo día se levantó. Se acercó al tocador que tenía junto a la ventana y se sentó frente al espejo. Tomó el cepillo y lo pasó cuidadosamente por sus rizos negros. Sonrió un instante y pensó en Arianne. Su hija había heredado gran parte de su aspecto físico y de esa pasión que la había empujado a Lanza del Sol. Se lavó la cara cuidadosamente y abrió el joyero en el que guardaba sus pequeños tesoros. Sacó una a una todas las joyas que tenía y las dejó con cuidado sobre la mesa.

El último elemento en salir de la caja de madera captó su atención. Un cordón de seda anaranjada con un pequeño sol de oro colgando. Mellario suspiró y cerró los ojos mientras apretaba el colgante con la mano.

Era la segunda luna del año. Doran la había invitado a dar un paseo por los Jardines del Agua por la noche y ella había aceptado encantada. La luz de la Luna reflejada en los estanques creaba una atmósfera misteriosa y elegante, como el porte del príncipe que la esperaba apoyado en una de las columnas de mármol.

Mellario caminó hasta él disimulando su nerviosismo y le sonrió al tiempo que inclinaba la cabeza levemente. Doran correspondió a su gesto y le tendió el brazo. La dama norvoshi se agarró con suavidad a él y caminó a su lado.

No mantuvieron una conversación densa ni intercambiaron grandes frases o cumplidos. Doran no era un hombre muy hablador y Mellario no era de las que se dejase engatusar por la palabrería. Ellos preferían compartir el silencio, las miradas, el afecto de una caricia, el cariño de un roce.

La noche avanzó al tiempo que su complicidad se enredaba y sus almas parecían conectar como nunca lo habían hecho. Llegado un momento que Mellario no sabría identificar con claridad, Doran Nymeros Martell se detuvo y tomó sus manos con delicadeza. Se sacó algo de un bolsillo y le susurró con voz pausada.

-Cierra los ojos.- 

Mellario obedeció, embelesada. Sintió el tacto cálido de las manos del príncipe en torno a su cuello, el cuidado con el que retiraba su melena y abrochaba un colgante en su nuca. 

-Lady Mellario de Norvos, ¿querríais ser princesa junto a mí?- 

La norvoshi no dijo nada, tan sólo acercó su rostro al de Doran y lo besó. Lo besó despacio, con ternura, con todos los sentimientos que había guardado para él, con todo el amor que le profesaba.

De aquello hacía ya muchos años. Demasiados. 

Mellario abrió los ojos y pensó en su hijo Quentyn. ¿Qué sería de él? Añoraba su torpeza, su rostro cuadrado y su andar patoso. Vio una pieza de sitrang entre las joyas y suspiró por Trystane. Lo había dejado en Lanza del Sol cuando apenas era un niño. 

Las cartas le traían noticias de sus hijos, pero no eran suficiente, no para ella. No para una mujer que había amado por encima de sus posibilidades. Añoraba a sus hijos, añoraba a Areo. Añoraba al príncipe de Dorne. Añoraba a Doran Martell. Añoraba a su esposo.

Ella lo había querido con toda su alma, pero Doran quería más a Dorne que cualquier cosa. Era el hombre más generoso que nunca hubiese conocido. La calma, la serenidad y la tenacidad que había demostrado habían calado en ella, pero no habían impedido que se sintiese dolida con cada acto que ponía por encima al pueblo frente a su familia, a sus hijos, a ella.

Se colocó el colgante del sol y se miró en el espejo, con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa triste en los labios.

-Con este sol iluminarás mis días, Mellario.-

-Con este sol te entrego mi corazón, Doran.-

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