domingo, 9 de febrero de 2014

@cornaSIP : Un día extraño.

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UN DÍA EXTRAÑO

Reek había sido llamado al dormitorio de Ramsay para llevarle una jarra de vino, pero cuando entró, los aposentos estaban vacíos y un griterío furioso retumbaba por las paredes. Al pegar la oreja a la fría piedra, pudo notar que el escándalo procedía del pasillo contiguo, y reconoció claramente la voz de su señor. La única señal de que no estaba hablando solo era que a veces se quedaba en silencio como si estuviera escuchando a alguien más, pero Reek no conseguía oír a su interlocutor. Tardó bastante en decidirse, pero finalmente se armó del escaso valor que le quedaba, entreabrió con cuidado la puerta contraria a la que había usado para entrar y utilizó la ranura para escuchar. 

No conseguía distinguir las palabras, pero Ramsay estaba indudablemente furioso. Por fin, unos susurros contestaron a los gritos de su señor y Reek pudo suponer que se trataba de Roose Bolton. Una de las pocas personas capaces de enfurecer a Ramsay hasta esos límites… Él también había sido capaz de ello en el pasado, en lo que parecía alguna vida anterior, pero había aprendido cuál era su lugar bajo el convincente y afilado argumento del cuchillo de desollar. Sin embargo, Ramsay nunca se atrevería a hacerle daño a su padre. O al menos, eso pensaba Reek… 

El final de la discusión fue tan abrupto que ni siquiera tuvo tiempo de apartarse de la puerta antes de que Ramsay entrara airadamente en la habitación, golpeándole sin haberle visto. Reek se tambaleó y estuvo a punto de caerse al suelo, pero al ver la mirada de su señor, deseó poder ir mucho más lejos y que se lo tragara la tierra. 

-¿¡Qué estás haciendo tú aquí!? – le gritó, trasladando su furia hacia él como era previsible. Reek no sabía si era mejor salir corriendo o quedarse donde estaba. 

-He… Me dijeron que queríais que os trajera vino y… - señaló la mesa sobre la que había dejado la bandeja con la jarra de cristal, esperando que el gesto sustituyera a las palabras que tan enrevesadas sonaban bajo el temblor de su voz. Ramsay sólo tuvo tiempo de seguir la dirección de la señal de Reek con sus ojos claros, antes de que Roose Bolton se asomara a la habitación por la puerta aún entreabierta. 

-Puedes empezar ahora mismo, Ramsay – dijo, susurrando como siempre –. El vino y tu amiguito pueden esperar, pero tu esposa no. 

Ramsay se volvió hacia su padre y, al parecer incapaz de encontrar una respuesta, le cerró la puerta en las narices con violencia. O al menos, lo intentó, porque Roose detuvo el portazo cuando casi parecía imposible y volvió a abrir la puerta de una patada. 

Reek sintió cómo le temblaban las rodillas. 

Sin embargo, no pasó nada. Roose se limitó a mirar a su hijo largamente, inexpresivo, silencioso. Reek no podía ver a su señor, pero la tensión de sus hombros era evidente. 

Al fin, Roose pareció aceptar la derrota de Ramsay y apartó la mirada antes de marcharse, cerrando la puerta tras él con una deliberada suavidad destinada a castigarle aún más. Y Ramsay permaneció como estaba, dándole la espalda a Reek, estático. Inmóvil durante largo rato hasta que la tensión de sus hombros fue sustituida por algo que a Reek le aterrorizó aún más: un temblor inconfundible. 

Nunca había visto llorar a Ramsay, y estaba convencido de que moriría sin verlo, por lo que lo extraño de la situación le dejó anclado en la habitación, perplejo y bloqueado. No sabía qué debía hacer. Ni siquiera sabía si debía hacer algo. 

Un sonido que creyó reconocer como un sollozo le sacó de su estupor; tomó la jarra de vino para servir un poco del oscuro líquido en una copa y se la tendió sin atreverse a tocarle. 

-¿Mi señor desea…? 

-¡Lárgate de aquí! – Ramsay se volvió tan pronto como le sintió acercarse, y la bofetada que le acertó de pleno en la cara sí logró esta vez lanzarle al suelo junto con la copa de cristal, que se le rompió en la mano abriéndole la carne. Reek ni siquiera se atrevió a gritar. Se quedó como estaba, tendido en el suelo, tembloroso y presionándose la mano sangrante contra el sucio jubón, y preparado para recibir la continuación de una paliza… que nunca llegó. 

Su señor observaba como ausente la mancha de vino que se extendía como un río diminuto y rojizo, antes de recorrer con la mirada los fragmentos de cristal para terminar deteniéndose en su criatura. Reek no sabía cómo interpretar su mirada, pero sus ojos parecían más claros que nunca contra el rojo de las lágrimas que se esforzaba por contener. Y, por alguna razón, de pronto dejó de sentir miedo. 

Se incorporó con torpeza y fue recogiendo despacio con su mano sana los trozos de la copa rota, para colocarlos después sobre la bandeja del vino, consciente en todo momento del escrutinio de su señor. Cuando terminó, simplemente se volvió hacia él con la cabeza gacha, mirándole casi a hurtadillas. 

Ramsay respiraba ahora más tranquilo, pero su expresión seguía resultando alarmante. Reek sentía que debía decir algo, así que dijo exactamente lo que pensaba: 

-Algunos padres no son buenos. 

Los ojos húmedos de Ramsay se abrieron con sorpresa, y una especie de risa se escapó de sus labios. Resultó evidente que no se lo esperaba. 

-No lo sé – contestó -, yo nunca he tenido. 

La amargura de su voz llevó a Reek a aproximarse un poco más, con cautela. 

-Yo tuve dos… y a cuál peor. 

Esta vez Ramsay se rió de verdad, y el sonido fue tan extraño que tuvo que morderse los labios agrietados para no sonreír. Su señor odiaba sus sonrisas. 

Pero Ramsay no contestó, o al menos no lo hizo con palabras. En su lugar, tiró de él con una sorprendente suavidad para atraerle más y envolvió su mano herida entre las suyas, como si así pudiera cerrar el corte. Reek lo entendió: era la primera vez que su señor se disculpaba por algo. 

El arañazo de su mano no se cerró, pero cuando Ramsay le contó que su padre quería que preñara a su esposa de una vez y en su lugar le tomó a él en brazos con unas intenciones evidentes, Reek se dijo que al menos podría intentar curar esa herida. 

Las sábanas terminaron llenas de sangre, como contraste a la delicadeza con la que sucedió todo en comparación con la brutalidad a la que estaba acostumbrado, y ocurrió tantas veces que sólo unos golpes en la puerta anunciando la cena les indicaron cuánto tiempo llevaban entre los brazos del otro. 

Sin embargo, Ramsay no hizo amago de levantarse de la cama. Llevaba largo rato observando a su criatura mientras arañaba sin fuerza su cuero cabelludo, y de pronto se echó a reír. Esta vez, la risa fue más reconocible, y Reek sintió un escalofrío de terror recorriéndole. 

-¿Qué ocurre, mi señor? – preguntó, tratando de ocultar su miedo. 

-Todo esto sería mucho más fácil si tú... Tendrás que pensar en cómo puedo castigarte. 

Reek buscó en su mirada algún indicio de que estaba bromeando. Pero no lo estaba. 

-¿C-castigarme por qué exactamente? 

Ramsay le lanzó una sonrisa retorcida. 

-Por no poder ser mi maldita esposa. 

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