domingo, 9 de febrero de 2014

@AthenaSpain : Cat X Petyr.


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Se acercaba su decimoséptimo día del nombre. Pasaría a convertirse en una jovencita casadera, aunque su padre aún no le había dicho nada sobre el tema. Algunas de sus amigas y conocidas ya estaban comprometidas e incluso casadas, pero ella no tenía ni idea de si Lord Hoster había pensado en alguien para que se convirtiera en su esposo. Cat no dejaba que todas esas preocupaciones se le notaran, siempre mantenía sus sentimientos a buen recaudo, no como Lysa, su hermana pequeña, a la que reñía constantemente por flirtear con los bardos que pasaban por Aguasdulces. Era una niña incorregible, todo el día fantaseando con caballeros que la cortejaban y correteando y compartiendo cuentos con Petyr, el pupilo de su padre, en el bosque de dioses. Cat, sin embargo, había tenido que madurar muy pronto al morir su madre en el parto de Edmure, el pequeño de los Tully.
Estaba pensando en todo eso en el cuarto donde las mujeres del castillo bordaban. En esos momentos se hallaba sola, así que podía dar rienda suelta a su imaginación. Mientras daba puntadas a una de las prendas de su ajuar, visualizó el día de su boda: el vestido perfecto, el altar lleno de flores y un muchacho esperando su llegada. ¿Quién sería él? Recordó cómo años atrás Lord Hoster recibió en Aguasdulces a Lord Rickard Stark, señor de Invernalia. Su padre nunca le aclaró a qué se debió la visita, siempre cambiaba de tema y decía que eran cosas de hombres. ¿Y si el elegido era un norteño? Tembló sólo con pensarlo, como si el frío de Invernalia se hubiera instalado en Aguasdulces de repente. «Son unos salvajes, seguro. ¡Si no creen en los Siete, sino en los Dioses Antiguos! No, mi padre nunca me prometería a un hombre del Norte.» Lysa, que estaba al tanto de todos los cotilleos de Poniente, le dijo en una ocasión que el heredero de Invernalia era un chico guapísimo, pero también muy mujeriego y conquistador. «Un hombre así no me conviene, aunque sea guapo», rumió para sus adentros. Sin embargo, tenía curiosidad por conocerlo, ya que a Aguasdulces apenas venían jóvenes de buenas familias. Todo en el castillo era un aburrimiento a pesar de que ella nunca lo decía.
Un ruido la sacó de sus cavilaciones. Por el pasillo se oían pisadas que pararon en la puerta de la estancia. «Ya era hora de que alguna vez te pasaras por aquí, Lysa. No estaría mal que empezaras a bordar tu propio ajuar», dijo la joven en voz alta a la persona que se había quedado parada frente a la puerta entrecerrada. Cuando ésta se abrió, Cat se sorprendió al ver que no era su hermana, sino Petyr. Traía una sonrisa enigmática en la cara. Era un chico extraño, y el mechón de pelo blanco que asomaba entre sus rizos negros lo hacía más raro aún. Cat dejó su labor a un lado y lo invitó a pasar. Quería a Petyr como a un hermano y lo había acogido cuando llegó a Aguasdulces desde Los Dedos siendo un pequeño de cinco años. Ahora tenía catorce, aunque aún no había dado el cambio a adolescente. Petyr sonrió de lado y bajó los ojos, avergonzado, mientras se acercaba a Cat y se sentaba junto a ella. «¿Qué pasa, Petyr? ¿Por qué no estás con Lysa vagando por el bosque?», preguntó Cat volviendo a su bordado. Él frunció el ceño, molesto. «Ya no soy un crío, no sé por qué debería estar por ahí haciendo esas cosas. Venía a… Bueno, no sé si ha sido una buena idea, teniendo en cuenta que tú ya eres una mujer.» Puso especial acento a la última palabra, queriendo ser sarcástico, pero había un poco de temblor en su voz. La muchacha levantó la mirada y arqueó una ceja. «Vamos, vamos, sólo voy a cumplir diecisiete años. Eso no me convierte en alguien viejo como la septa.» Y tomando la mano de Petyr, prosiguió: «¿Qué querías? Dímelo, sabes que no me gustan las adivinanzas ni los secretos.» El chico, más confiado, se puso en pie. «Deseo hacerte un regalo por tu día del nombre. Algo me dice que es el último que te veré cumplir…» «¡Qué fúnebre suena eso, Petyr! Me estás asustando, en serio», exclamó Cat. «No lo digo porque yo vaya a morir, aunque cualquier cosa podría pasarme, sino porque tú estarás casada en poco tiempo. Y yo…», se interrumpió. ¿Había lágrimas en sus ojos? No, imposible. Petyr estaba haciendo una de sus representaciones. Era un gran actor. Cat se levantó a su vez y le revolvió el pelo, juguetona. Él se apartó riendo a carcajadas a pesar de que sabía que no soportaba que le hicieran eso. «¡Lo sabía, estás fingiendo! ¡Me has asustado, creía que te ibas a poner a sollozar como un bebé!» Petyr hizo una reverencia como la de un bardo frente a su público y ella aplaudió. «Milady», dijo adoptando un tono teatral, «Esto es sólo un ensayo de lo que venía a proponeros: mi regalo por vuestro día del nombre será la última historia que oiréis de mi boca. Ya sois una mujer y como tal debéis comportaros. Se acabarán para vos los cuentos y las canciones, por deseo ofreceros algo que os haga la transición a la edad adulta más llevadera… Algo que una la niñez con la madurez.» Cat no paraba de reír. «Espero que no se trate de una venganza por obligarte a comer pasteles de barro hace tres años», contestó divertida. Él negó con la cabeza, exagerando el gesto, con los labios apretados. Al ver a Petyr tan solemne, Cat sonrió. «Me recuerdas a la primera vez que nos vimos y me llamaste Lady Catelyn. ¡Eras tan pequeño que aquello sonó como si un adulto te hubiera poseído!» «No sabía qué decir, sentí mucha vergüenza cuando todos se rieron ante mi frase… Y tú me contestaste que te llamara Cat. Sólo Cat.» Ella asintió. «¿Has sido feliz aquí, Petyr? Tuvo que ser duro para ti dejar tu hogar con cinco años.» Él fijó sus ojos verdegrisáceos en los de ella. «He sido feliz. Y confío en seguir siéndolo. Sé que podré alcanzar mis sueños aquí.» Se dirigió a la puerta. «Lady Catelyn, os espero esta tarde en el bosque de dioses después de comer. ¡No faltéis a la cita!»
Tras la comida, Cat ya estaba en el lugar fijado a la hora convenida. Petyr apareció a los pocos minutos. Venía solo. «¿No viene mi hermana?», se extrañó Cat. Eran inseparables. «No, esto es para ti. Ya tendrá ella su regalo cuando cumpla diecisiete días del nombre. Tú eres la protagonista hoy.» Estaba muy serio, concentrado en el papel que se disponía a interpretar. Se aclaró la garganta y empezó. «Esta es la historia de una joven princesa que vivía en un tiempo anterior a la maldición de Valyria. La muchacha era blanca como la nieve y su pelo de un caoba brillante. Su nombre era Kate.» Cat se sonrojó al verse retratada como la princesa de la historia. «Su padre quería prometerla con un pretendiente rico y poderoso, pero ¡ay! Algo impedía que el compromiso fuera fácil. Sólo un valiente capaz de acabar con el temible dragón que asolaba el reino sería el elegido. Muchos hombres, jóvenes y viejos, ricos y pobres, acudieron y fracasaron en el intento.» «¡Pobre princesa!», exclamó Cat conmovida. Aún tenía alma de niña y estaba intrigada por la historia. «Ssshh…, silencio, milady. Todos los candidatos perecieron porque no sabían que contra el dragón no valía la fuerza, sino la astucia. El dragón era en realidad un poderoso mago que imponía enigmas a los que osaban retarle.» Petyr calló un momento para dar dramatismo a la historia. «El rey había perdido toda esperanza hasta que un mozo de cuadras se ofreció a retar al dragón. ¿Qué oportunidades tenía? Ninguna. Pero su vida no valía nada y decidió arriesgarse por la princesa, un sueño inalcanzable del que el mozo estaba enamorado. Se presentó en la cueva del mago y lo llamó a gritos. “¡Aquí estoy, esperando tu adivinanza!” Desde dentro bramó una voz que asustó al chico. “¡Inconsciente, vas a morir como los demás!”» Cat se sorprendió por la gravedad con la que Petyr habló al interpretar al dragón. Él continuó su relato. «”¡Lanza tu acertijo!”, respondió el mozo. “Si así lo quieres ahí va: ¿qué es tuyo, personal e intransferible, pero que todos lo usan más que tú?”» Petyr hizo la pregunta directamente a Cat. «¿Lo sabes tú, Cat, o te comerá el dragón?» Al decir eso, acercó su cara mucho a la de ella, tanto que pudo notar su respiración agitada por el esfuerzo de la interpretación. Cat se apartó un poco azorada. «No lo sé… ¡Moriría como todos los que lo intentaron antes!» «Jamás permitiría que te pasara nada», respondió Petyr. ¿Era su amigo de la infancia o era el personaje el que hablaba? Él le había tomado la mano sin que Cat se diera ni cuenta. «Yo os salvaré, princesa Kate. La respuesta es… mi nombre.» Y se llevó la mano a los labios. La muchacha dejó que Petyr se recreara en el gesto pensando en que eso era parte de la actuación, pero empezaba a sentir algo raro en todo aquello. Él le soltó la mano y, sin dejar de mirarla fijamente, siguió hablando. «El mozo había vencido. Fue a reclamar a la princesa, pero el rey se negó a dársela porque era un don nadie. Había aprovechado la victoria del joven para prometer a su hija con un príncipe de un reino vecino. Él lo retó a un duelo y estuvo a punto de morir.» «¡Oh, no! ¿Entonces sobrevivió? ¿Qué pasó con el finalmente?», quiso saber Cat. «Juró venganza por la traición sufrida. Antes de abandonar el lugar, herido y humillado, visitó a la princesa en su torre y le dijo: “Soy un ser humilde. Y hasta los seres más humildes tienen sus sueños. Y vos siempre seréis el mío a pesar de todo.” Entonces la besó y se marchó.» Petyr hizo el ademán de besar a Cat, pero en el último momento se frenó y se dio la vuelta. Era el fin del cuento. Ella no sabía qué decir. «Qué historia tan triste…» El chico se giró con el rostro sombrío. «La vida adulta no va a ser una canción, Cat, y este cuento es mi manera de despedirte como niña y recibirte como mujer. Adiós Cat, bienvenida Lady Catelyn. Nunca olvidéis al humilde mozo de cuadras…» Y se marchó dejando a la muchacha con un nudo en la garganta.

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