domingo, 9 de febrero de 2014

@Rickard_Stark_ : Entre dos reinas [+18]

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ENTRE DOS REINAS

Margaery Tyrell volvía aburrida a sus aposentos tras un rato de alegre charla con su abuela y sus primas. Había sido otra tarde de conversaciones sin sentido, salvo, claro está, el tiempo que se quedó a solas con Olenna.

Aquel día se celebraba el día de los enamorados en Poniente. Al parecer, se conmemoraba la fecha en que Aegon el Conquistador, tras dos años y medio pernoctando con su hermana Rhaenys, decidió pasar una noche con Visenya. Aquello impactó tanto a la aparentemente fría hermana mayor, que decidió conmemorar aquel día para siempre, señalándolo, quizá con cierta ironía —al menos eso pensaba Margaery—, como la fecha en que los auténticos enamorados se mostraban más sus sentimientos.

La joven rosa había crecido pensando que, cuando fuese mayor, tendría una cama llena de flores con una carta de amor esperándola en cada día de los enamorados, y claro está, un buen amante que la cubriera de besos y abrazos. Conforme creció, a los gestos cariñosos fue añadiendo otras ensoñaciones... Hasta que la madurez que dan la edad y las vivencias le hizo caer en la cuenta de que los Florianes eran cosa de las canciones, y que para sobrevivir en aquel mundo, una rosa debía usar más sus espinas que sus pétalos.

Después de todo, aún lamentó que su fuerte y valeroso marido de ocho años casi ni supiera escribir. Y no digamos ya ser un amante. Así que ni cartas, ni besos, ni abrazos… nada. 

Así las cosas, al llegar a su habitación, el corazón ingenuo e infantil de Margaery dio un resucitado respingo al ver una carta sobre su cama, con un lacre rojo muy bonito, y una flor junto a ella...

***

El Consejo Real había sido otro aburrido cruce de intrigas pueriles para Cersei Lannister. Pero era la Reina, y debía hacer acto de presencia y estar al tanto de las tareas de gobierno. Después de todo, aquel día era especial, y al volver sabía que tendría algún disimulado gesto de amor de su hermano Jaime. Alguna señal que le llevara a encontrarse con él furtivamente, y compartir amor, lujuria y desenfreno entre las sábanas de alguna alcoba vieja. Pero daba igual, sabía que su amor era y sería siempre proscrito, y aquello incluso la excitaba más, sobre todo, por el tiempo que hacía que no gozaba de esos momentos.

Cersei llegó ansiosa a sus aposentos… nada. Ni un ramo, ni una flor, ni una carta en clave. Nada. “Maldita sea, aparte de perder la mano, ha perdido el romanticismo… o el interés en mi…”, maldijo Cersei. De pronto, un arrebato alocado de rabia se apoderó de ella, y estrelló un jarrón contra la pared, haciéndolo añicos.

Un asustado guardia entró, pero al ver la mirada de la Reina clavada en él entendió que debía volver por donde había llegado sin más dilaciones ni preguntas.

***

“El amor que siento por ti es tan profundo como sincero, lo sé. El tiempo que pasamos separados me llevó a soñarte cada noche y a imaginarte cada día. La sola evocación de tu rostro en mi mente me hacía vencer a la soledad al tiempo que hacía crecer mi melancolía. Pero a pesar de los pesares, te quiero. Te amo. No hay palabras suficientes para hacer justicia a mis sentimientos, hagámoslos reales esta noche. Ve de incógnito al lugar que te indico.

Un beso, con amor. J…”

Margaery temblaba. Sentía su corazón palpitar y una lágrima recorrió su mejilla. “J…” sólo podía ser James, el escudero de Garlan, quien hacía unos días había llegado a Desembarco. No podía ser casualidad… el joven había sido el único hombre por el que Margaery había llegado a sentir ese ‘amor’ irracional e instintivo, y ahora pedía una cita clandestina en una posada cercana a la Fortaleza Roja. Claro que iría, ¡faltaría más!. Ordenó a las damas que le prepararan un baño caliente y después se puso sus mejores galas. Se miró al espejo y pensó que estaba radiante. Era una rosa presumida.

***

Jaime Lannister estaba agotado y frustrado. Pero no era día para dejarse embargar por las lamentaciones, ni siquiera para maldecir para sus adentros al ver el muñón del que ya no salía su mano derecha. Confiaba en que la carta que había hecho enviar a su hermana le hiciera tener un encuentro con ella. Era lo que más deseaba. A pesar de las diferencias que habían tenido desde su reencuentro, la amaba. Y era un buen día para aparcar las discusiones y dejarse llevar por la pasión.

Llegó ataviado con un grueso abrigo encapuchado que mantenía a salvo su anonimato y entró en la pequeña posada. Saludó a la dueña y subió a la habitación de arriba: era pequeña, limpia y acogedora. Se sentó en el sillón y se puso a leer a la luz de un candil para matar el tiempo. Cersei aún tardaría una hora en llegar…

***

Ya oscurecía, y sólo un par de miradas curiosas repararon en que Margaery Tyrell salía hacia la calle. No tardó en encontrar la posada. La dueña la miró sorprendida, pero se limitó a saludarla con cortesía. Después de todo, no le correspondía a ella juzgar ni sacar conclusiones… y ni mucho menos divulgar… o su más que lucrativo negocio de encuentros clandestinos entre habitantes de la Fortaleza Roja se iría al garete. La joven rosa subió las escaleras y, al llegar arriba, llamó a la puerta con los nudillos…

***

Jaime se incorporó al oír que llamaban con suavidad a la puerta. Su corazón palpitaba ansioso, deseando encontrarse con Cersei. Pero, al abrir la puerta, a quien vio fue a Margaery Tyrell… su inconfesable nuera.
—¿Tú? —¿Tú? —Dijeron ambos a la vez, con cara de perplejidad y cierta tontuna.
—Yo… —Yo… —Respondieron interrumpiéndose el uno al otro, como si la inteligencia les hubiera abandonado de repente.
—He leído tu carta… —Dijo por fin Margaery.
—Veo que te ha gustado —Respondió con ironía Jaime.
—Pensaba que eras otra persona —Aclaró ella.
—Y yo creía que lo había recibido otra… —Dijo él.
—¿Tu hermana, quizá? —Dijo con una sonrisa maliciosa. Jaime se quedó parado un par de segundos, como si el tiempo se le parara.
—¿También crees esas falacias? —Preguntó con desdén Jaime Lannister.
—¿Falacias? Mira, me da igual, no te juzgo... pero no negarás lo que he leído ¿verdad que no? —Explicó ella.
—Ehm… no… —Admitió él. Quien observó de arriba a abajo a Margaery. Era arrebatadoramente joven y bella.
—Vaya… al león le gusta mirar a la rosa, y si esta flor se queda satisfecha, sabrá ser callada y discreta —Dijo con una sonrisa pícara. Y Jaime se olvidó del amor. Margaery también…

***

El Kettleback hacía su trabajo encima de Cersei pero ella apenas sentía nada. Su mente estaba con Jaime… ¿por qué no había dado señales en todo el día? No obstante, de perdidos al río, trató de dejarse llevar por el poco placer carnal que pudiera darle aquel voluntarioso pero pésimo amante. 

***

Al día siguiente, había un mensajero en paro haciendo cola en el INEM de Desembarco del Rey.
—¡A la Reina! ¡Te dije que se la entregaras a la Reina! Soy Jaime Lannister, ¡LA-NNIS-TER! si te digo “la Reina”, ¿a quién me puedo estar refiriendo? —Le había dicho airado el que hasta entonces había sido su jefe. Ya no sería más el mensajero de la Guardia Real. Y todo, por haberle dejado una carta a Margaery Tyrell en lugar de a Cersei Lannister. “Es de locos, un Reino no debería tener dos Reinas”, lamentó el pobre desgraciado.

***
Cinco meses después, Cersei Lannister no cabía en sí de gozo. No sabía cómo, ni por qué —tampoco le importaba—, pero Margaery había metido la pata hasta el fondo. Ya no tendría que pelear para intentar demostrar que había sido infiel al Rey: una barriga embarazada de varios meses gritaba a los cuatro vientos su infidelidad y su traición. 

El Consejo Real había tenido cierta clemencia en atención a la posición de la deshonrada Margaery y a los servicios que su familia realizó en la defensa de la ciudad el día de la Batalla del Aguasnegras, y se decidió que el castigo sería desterrar a la joven rosa y a su séquito a Altojardín, con prohibición de volver a Desembarco del Rey de por vida.

No habría escarnio público ni cárcel, pero Cersei estaba feliz al firmar la orden, pues había ganado, y no tendría que volver a ver la cara de esa Tyrell rastrera. Entonces, Jaime entró en la estancia. Ella sonrió y él acarició su mejilla al llegar. —Hermana, tengo que decirte algo… —Y después vendría un ‘te amo’, pensó la única Reina de Poniente. O no…

1 comentario:

  1. Muy bien! Los malentendidos siempre dan buenas historias:-) Está claro que) hasta la confesión de Jaime) Cersei firmaba esto jejeje

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